La luna bañó de magia el auditorio municipal de Pinto, ciudad de la periferia de Madrid. Tal vez quiso ser testigo de algo absolutamente extraordinario.

Y es que alguien que pudiera haber asistido a la prueba de sonido, no hubiera entendido nada al ver a Julio y a Paul alternándose un instrumento que no es el suyo, exactamente el bajo. Una hora antes de comenzar el concierto había hojas con el set list pegadas por todo el escenario que anunciaban un repertorio que luego no fue. Y no fue gracias a que 40 minutos antes de iniciarse el concierto, la banda se sorprendió de ver llegar a camerinos a Pablo Ruiz, el increíble bajista de la formación, que, haciendo un ejercicio de suma entrega profesional, dejaba la sala de espera de un hospital donde su padre se debatía entre quedarse o irse. Todos habían asumido tan desgraciada circunstancia y con enormes dudas, pero con el convencimiento de que la gente lo entendería, esa noche no iban a dejar a sus fans sin que las canciones que esperaban escuchar, sonasen; aunque fuera de una forma nada «normalizada».

Al final el concierto fue el que todos esperaban y, una vez más, quedó patente la enorme complicidad de esta banda histórica donde el factor humano, materializado en el afecto que existe entre sus miembros, se sobrepone a todo lo demás.

Lo mejor es que en el momento de escribir esto, José Luis, (padre de Pablo) por el momento sigue entre nosotros.

¡Estamos contigo Pablito!…